(fragmentos de Tercer Mundo, Tercer Guerra Mundial – E. Oroza, 2013)
“ En una secuencia de su filme Tercer Mundo, Tercera Guerra Mundial (1970) Julio García Espinosa establece una analogía formal y de uso entre la cámara de cine y un cañón. La operación remite directamente a la metáfora moderna del arte como arma para la lucha anticolonial del Tercer Mundo.
La acción inicia cuando Julio en el campo de batalla, durante la guerra de Viet Nam, pide a una guerrillera mirar por el visor de la cámara y la invita a filmar la secuencia siguiendo, metodológicamente, los pasos para disparar el cañón. Mientras la pequeña guerrillera filma como si fuera a disparar, el negativo blanco y negro 16mm captura uno de los segmentos más transgresores, en términos ontológicos, de la historia del cine.
Por unos segundos el espectador puede ver la geografía de la región costera y la aldea de pescadores de Cẩm Nhượng, a través de los ojos y movimientos corporales de la joven mujer quien gira la cámara de un punto a otro del territorio. Con ella, nos extrañamos de un paisaje que creía harto conocido. Por momentos desenfocada la secuencia nos hace partícipes y no espectadores de la guerra.
El filme revela que Julio tiene una agenda oculta en este viaje a Hà Tĩnh. Lo ha dejado claro antes en su ensayo Por un cine imperfecto de 1969: necesita aniquilar al espectador. Para esto pretende, atendiendo a Marx, vaporizar los limites entre autor y público. Apuesta por un cine hecho por los que luchan y para los que luchan.
Por esos mismo años aparecen sobre las mesas, televisores y repisas de casas cubanas unos cuernos oscuros, brillosos, fabricados con películas de cine 16mm. La metáfora militante de Julio en Vietnam encontró un inesperado eco en el ámbito doméstico proletario y pequeño burgués de la isla. La cámara-cañón y el tarro de películas de 16mm han sido generados, indistintamente, por dos imaginaciones poderosas: la vanguardia militante y la cultura popular. Ambas articulan la misma metáfora pero desde posiciones todavía opuestas. Ambas son, sin duda, imaginaciones de resistencia.“
Espiral
Una espiral es siempre atávica, una geometría del vestigio.
Su dibujo o planteamiento espacial es una consecución de rastros sentenciados por la inercia de una ancestral función áurea. Un círculo condenado a huir por siempre del plano donde reposa su base.
La formación de los cuernos, los cuales algunos biólogos suponen órganos también atávicos, responden en su mayoría a espirales gnómicas o algorítmicas. El cuerno en espiral remite entonces a una doble condición atávica o vestigial: la que está embebida en la geometría de la espiral y la del cuerno como órgano.
En el cuerno (o tarro) el atavismo enlaza la función como “arma”, que tuvo el órgano en el pasado, con la nueva función “decorativa” por la cual conserva su presencia en disimiles animales cornados. Devenido mayormente un carácter sexual secundario, el cuerno funciona como ostentación, una manifestación de autosuficiencia: soy un espécimen tan exitoso que puedo emplear recursos y energía en esta escultura que llevo en la cabeza.
El cuerno es, como toda espiral, una profecía de la victoria de la energía.
Una espiral es una cornada áurea.