Notas sobre la silla plástica monobloc (2010-2019)

Silla monobloc: una dato-novela

Las sillas monobloc (y todos los objetos industriales), serán en el futuro “escritores” de su propio blog. Lo que me atrevo a pronosticar es un modo de factografía*, o escritura de hechos, elaborada por el propio objeto industrial y no por un artista productivista. Es decir, en el futuro, cada objeto industrial (y mercancía) —con vistas a asegurar el control de los desechos y disminuir la contaminación ambiental—, tributará a una base de datos de acceso público, información exacta sobre su devenir, desde el instante de producción hasta su acopio final en un centro de reciclaje.

En su blog, cada silla plástica monobloc (fabricada por cientos de miles cada hora), irá asentando, con más tenacidad que un influencer en Instagram, información detallada del tiempo que pasa en almacenaje y transportación.

Imaginemos un reality-show del stock. Un rastreador satelital insertado en el objeto le permitirá contarnos con precisión y en tiempo real sobre sus inesperados recorridos y destinos. Cualquier búsqueda online en el presente sobre monobloc plastic chair demuestra el grado de ubicuidad global y transversalidad social de esta silla. Ni el trono de Gengis Khan o el de Alejandro Magno ocuparon tanto espacio[1]. Si la presencia periplanetaria es un logro de las sillas monobloc primitivas actuales, ¿dónde no estará la silla plástica genérica del futuro? El momento exacto de la adquisición del objeto por el consumidor, proporcionará la secuencia más álgida y posiblemente de mayor audiencia de esta factogafía. Estoy dando por seguro, no sin cierto pesimismo que, en el futuro, como hoy, todo gire alrededor de la transacción comercial. Las secuencias elaboradas por los modos de uso y los tiempos domésticos, en términos de dramaturgia, serán los capítulos más tortuosos y extensos de esta dato-novela (un género que seguramente inaugurará este mueble). La factografía de la silla monobloc concluirá cuando tribute a su blog el momento y la forma esperada de su desecho. Si la venta es el momento más importante desde el punto de vista de la silla y su producción, su desecho será la razón principal, o trama central, desde la perspectiva de su blog factográfico. Todas las bases de datos (digámosles dato-novelas), permanecerán archivadas online para la eternidad y el goce de investigadores académicos y peritos legales. Países como Suecia y Suiza tienen, desde hace algunas décadas, un control preciso de quién desecha qué, y de qué forma lo hace.  Datos inscritos en los envases, que tras la compra enlazan al comprador con el producto, así como la exigencia de que se usen puntos específicos para la descarga de basura, mediante cestos asignados por dirección postal, aseguran el control vigente en estos y otros países. Si sus protocolos para el manejo de los desechos devienen una norma global, y se optimizan en función del control público, esta profecía se cumplirá.

corrected monobloc chair – ernesto oroza – silla corregida, 2016

Monobloc

Las sillas monobloc se producen en cantidades masivas desde el inicio de los años 70. Hoy pueden adquirirse, globalmente, a precios muy bajos, en USA entre 5 y 11 dólares. Aunque la tendencia es la reducción de su precio, en factores extra productivos, como los costos de transportación e impuestos locales, empieza a hallar su tope mínimo.

La super producción de esta silla (en todas sus variantes) responde a los bajos costos de fabricación por unidad. Su demanda ha sido siempre creciente; quizás por la comparación entre su precio y prestaciones: resistencia a factores ambientales, apilabilidad, dimensiones ergonómicas aceptables en correspondencia con el tiempo de uso, ligereza. Todos los rasgos exitosos de la silla monobloc se han cultivado en detrimento de otro rasgo importante, su resistencia estructural. Es tan común ver una silla monobloc íntegra, como ver una silla monobloc rota. El quiebre se produce, por lo general, en la sección superior de las patas o donde se unen respaldo, asiento y apoya brazo.

Se sabe que el sacrificio ha sido un constituyente inalterable de la historia del diseño industrial. La evolución de la práctica parece haber ocurrido a bandazos, de un arbitrio al otro. La profesión se ha consolidado como la puesta en marcha de cierta forma de imperativismo: se favorecen ciertas prestaciones o características, afectando otros menos esenciales, al menos para quien diseña o produce. En todos los objetos industriales que nos rodean impera una máxima sobre otras. El imperativo económico, por lo general subyuga preocupaciones ecológicas y estéticas. Las preocupaciones ecológicas, subyugan a su vez costos de producción y precios de venta. El imperativo estético casi siempre deroga también las preocupaciones por costos e impacta otros beneficios. Por ejemplo, las simulaciones de tejidos de fibras en el área de asiento y respaldo, y que remiten a sillas tradicionales, atentan contra el costo de producción y de venta, pero también contra las cualidades higiénico-sanitarias que otorgaría la superficie pulida del plástico inyectado.

Casi todos los imperativos posponen el bien social. Hay, por supuesto, valiosas excepciones; y hay sacrificios más penosos que otros. El Imperativismo, sin prestar atención a los usos jurídicos o los otorgados por Kant en su filosofía, debería ser usado como un supertérmino que subsuma todos los ismos propuestos con anterioridad por historiadores del diseño y expertos en marketing hasta la fecha. Me atrevo a asegurar que el Imperativismo ha sido el movimiento de diseño dominante en los últimos 250 años; un tributario directo del Antropoceno. Sin importar modelos económicos, ni regímenes políticos, el Imperativismo ha sido el argumento perfecto para un diseño imperfecto. Más que un estilo supremo, con cristalizaciones distintivas formales, el Imperativismo debe ser entendido como un super protocolo, un principio generativo basado en prioridades. ¿A quién favorece estas propiedades rectoras? ¿Quién las determina? ¿Qué objetos tendríamos si el imperativo fuera siempre el bien social y el cuidado del medio ambiente?

Profilaxis y corrección

El salario mensual promedio de un cubano es 25 dólares (2019). Esa cantidad es equivalente al precio de compra, en la isla, de una silla monobloc. Otros asientos en el mercado cubano, cuando hay, son muchos más caros. Si intentamos una correspondencia parecida (aunque generosa), en Miami, nos enfrentaría a una silla de 1,320, el salario mensual mínimo (2019). ¿Cuánto cariño y cuidados merece una silla de 1,320 dólares? Si esta silla se rompiera, sin pensarlo, invertiríamos en su reparación. Muy pocas de las sillas monobloc rotas que pululan en los barrios cubanos provienen de la compra ejercida por la población. Los grandes lotes de este objeto que han entrado a la isla, en las últimas décadas, fueron adquiridas por organismos del gobierno para su uso en centros de recreación y turismo. Con una arraigada tradición de no desecho, debido a décadas de crisis económica, las sillas arrojadas por los establecimientos gastronómicos del gobierno no llegan a los cestos de basura. Las sillas monobloc mutiladas quedan atrapadas en actividades circundantes: mecánicos que reparan autos en la calle, vendedores de comida, guardias de seguridad, jugadores de dominó. Es común hallarlas sobre muretes y aceras, reproduciendo la tipología silla-carcaza propuesta por Robin Day y que puede verse por miles sobre el escalonado de los estadios en cualquier lugar del planeta. En las ciudades cubanas también pueden encontrarse las carcazas de asientos monobloc conjugados con esqueletos de sillas metálicas expulsadas de las escuelas y comedores obreros. He mencionado en textos previos que lo ocurrido, por su escala, puede ser descrito como el acople de dos planos virtuales. Como si un plano hipotético formado por todas las sillas monobloc rotas en las ciudades cubanas aterrizara sobre un plano de todas las estructuras de sillas metálicas rotas en la isla. Cada “nueva” silla (acople de un monobloc con una estructura de una silla escolar de metal rota) deviene índice de una actividad. Como si la necesidad, fuera la fuerza de atracción que produce el acople de ambas estructuras.

Las sillas adquiridas por la población, también se rompen, si no, no fueran monobloc. Pero en este caso, ya comenté, sabemos cuánto impacta al salario local la rotura de la silla. Quizás por esta razón una nueva práctica creativa vernácula se asienta en la isla. Aburridos de reparar todo, los cubanos comienzan a pensar en términos de profilaxis. Convencidos de que la silla se quebrará deciden atajar sus puntos débiles antes del fin fatal. Tranques añadidos entre las patas refuerzan la silla, casi recién comprada; no deben correr riesgos. Madera, alambre, cuerdas, cintas adhesivas, son los materiales comunes en la fabricación de estos tranques. Lo que está ocurriendo es un acto de corrección de la estructura de la silla. Diseño corregido. No lo están haciendo los diseñadores de la silla, es una actividad conceptualizada e implementada por los usuarios. Nosotros también tenemos prioridades.  Antes en Cuba, y desde la profesión de arquitecto lo hizo Salinas cuando, tensando el juego de imperativos de un sistema prefabricado soviético, alunizado en Santiago de Cuba, propuso aligerar y perforar el panel de las paredes para añadir las ventanas que los habitantes necesitaban para sobrevivir más de 38 grados Celsius de temperatura.

¿No es esto lo que ha promulgado consistentemente Yona Friedman con su arquitectura móvil? Si Yona no hubiera tenido la necesidad de desarrollar un lenguaje gráfico para sus proyectos utópicos, incluso impactar de vuelta sus propias teorías con justificaciones de porque usa algunas geometrías, hubiera podido hacerlo, detallada y en extenso con imágenes de las viviendas y objetos que los cubanos han transformado en los últimos 30 años.

*La factografia es un método de registro sistemático, seguido por un montaje de hechos, desarrollado en Rusia en los años veinte, entre otros por el poeta Sergei Tretyakov.

[1] Hace unas decadas solo había una silla capaz de retar la ubicuidad del monobloc. Se trata de la silla de Polypropylene diseñada por Robin Day (1964 y 1975). Aun en producción, esta silla fue concebida por Day como una carcaza (shell) acomodable a distintos tipos de bases. Puede hallarse comúnmente como asiento para estadios y como la silla escolar (Series E, 1971) más usada en el planeta. La silla de Robin Day fue reconocida por The Guardian (1999) como la silla más vendida en el mundo.