Atajos. Objetos especulativos para la Habana. 1999-2003

Atajos. Objetos especulativos para la Habana. Ernesto Oroza para Laboratorio Maldeojo, 1999-2003

alcancias

Alcancía colectiva en el espacio público (versión para Alamar) Tanque de 55 galones enterrado tres metros en la calle. Un tubo galvanizado conectará el tanque con el área pública. Las personas pudieran arrojar monedas por la boca del tubo. La acción (o el rumor sobre esta) dará inicio al mito. Insertará narrativas especulativas y oscuras en el barrio.

Dándole pira al dolor…
por Silvia Llanes Torres, 2003

La producción del Laboratorio Mal de Ojo se inserta – quizás con un mayor sentido de conciencia (1) – en el conjunto de propuestas realizadas por el grupo, lamentablemente escaso, de diseñadores llamados a realizar la “revolución” visual del diseño cubano contemporáneo.

La mayoría de ellos provienen de un espacio académico muy definido, el cual los prepara para crear y producir, pero la realidad los enfrenta a una industria “sorda, ciega y muda”, incapaz de percibir  la renovación que se le propone. Ante esta dolorosa realidad que ciñe al diseñador cubano a espacios muy específicos: su casa, las artes plásticas, la ambientación de interiores, el diseño gráfico y las ferias, preferentemente; Mal de Ojo Laboratorio, dispone un destino muy diferente para su pensamiento. El producto que crea es tan resistente a ser encasillado, a ser constreñido o manipulado como el mismo objeto que lo inspira. La autenticidad de su génesis, la responsabilidad de su discurso y la absoluta originalidad en el medio donde se crea lo salva y legitima.(2)

Las frases elegidas y las formas empleadas han ajustado un conjunto de símbolos que los hace reconocibles: su producto no es el resultado de un escenario diseñado; en ellos desaparecen todos los atisbos de puesta en escena, muestran una realidad tangible, susceptible de ser graficada, ilustrada con esos objetos aparentemente imposibles que Mal de Ojo propone, pero que esa misma realidad ha posibilitado.

La estética del cubano medio – y no sólo en los últimos quince años – ha sido la de la subsistencia, ilustrada a través de la provisionalidad. Como salvamento moral se asume la idea de  “todo lo que ven aquí pasará”, pero la provisionalidad  se instala, se aferra al único espacio posible para trascender: el espacio objetual cubano. Ante las dificultades históricas, las penurias económicas y la incomunicación, el medio en que vivimos proyecta nuestra propia respuesta de supervivencia. Esa fuente de ideas es la que ha servido al equipo M-O para definir la creación y exponer su propia estética, la de los objetos de la resistencia. Ella posee una lírica original, propia, capaz de sublimar los objetos que tienden a vincularse al desperdicio, el sobrante o la solución provisional. La trascendencia de esta provisionalidad está en la capacidad con que han podido acercarse a sus contemporáneos, citarlos, reflejarlos e ilustrarlos.

Nuestra lógica industrial constreñida por una realidad desindustrializada ha encontrado una respuesta popular y viva: la del objeto que producido al margen de la industria, crea la suya propia, una respuesta que humaniza el acto del consumo e intenta cubrir las espectativas de todas las necesidades posibles (3). Estos son los objetos de la esperanza, los padres espirituales de Mal de Ojo, cuya producción, también situada al margen de la cultura industrial, disfrutan de una autenticidad validada por esa contradicción entre la marginalidad que los inspira y la fuente material que los hace posible. Esta marginalidad relativa, está en el uso del subproducto de la industria, y la posibilidad de darle un nuevo sentido, más útil y centrado en las necesidades reales del consumidor.

El acto de la reparación, también institucionalizado y legitimado por nuestro medio, encuentra en M-O, una actitud de creación a partir de la enmienda, del arreglo y de la apropiación creativa y humana de cuanto material, herramienta, objeto o espacio sea posible de tomar. Los verdaderos objetos de la resistencia, la posición segura de que aquí, lo que no hay es que morirse. Diseño de la Conciencia, producto de misioneros del diseño, reflejo de la cultura y la historia cubanas. Identidad y derecho a no dejarse llevar por el dolor, incendiarlo, echarlo fuera de casa, sacarlo del espacio en que debemos vivir y crear, porque sin lugar a dudas, Venceremos mami, te lo juro…

(1)   Me refiero a una serie de propuestas del equipo, de connotación claramente social, que superan todo el trabajo realizado hasta ahora por sus integrantes, y más aún momentos anteriores de sus proyectos individuales o vinculados a otros creadores. Los Atajos al placer son verdaderos manifiestos de colectividad y esperanza, hablan más por sí solos que todas las consignas enarboladas a favor de la integridad y la unidad humanas. La posibilidad de un megadiseño, de una propuesta urbana del objeto y la unión a través de la posesión y el acto interactivo de la comunidad con el objeto rayan en la utopía; a la vez constituyen un sueño posible de ser realizado y quizás hasta de ser activado en beneficio y función del hombre.

(2) Para una real comprensión del “mito inspirativo” del laboratorio, pudieran recomendarse un grupo de textos, publicados o no, ahora mismo al alcance relativo puede consultarse “La création populaire a Cuba, objets réinventés”, de Ernesto Oroza y Penélope de Bozzi, texto que conforma, después de un arduo trabajo de investigación,  un catálogo de la creación popular cubana de los últimos años y su respuesta a las necesidades de consumo.

(3) Los objetos de M-O más que propuestas de diseño deben entenderse como tesis. Manifiestos de identidad y conciencia, pueden ser realizados o no, pueden ser puestos en uso – y ojalá así sea – o quedar sobe el papel, pero constituyen un llamado, una alerta a los derechos del hombre actual y su relación con los objetos que produce y consume, la consulta de “El confort es legal”  es insustituible, puesto que ilustra esta tesis, la del derecho a la libertad y la idea propia de la belleza.

A propósito de la belleza en M-O, la observación de su producción arquitectónica, industrial y gráfica, siempre me recuerda una tesis que he usado reiteradamente, aquella idea de Max Ernts, “la belleza será convulsiva o no será”; y la posibilidad de asumir lo que la mayoría considera grotesco e incluso kistch: la violencia y el pastiche, para finalmente lograr un objeto de especialísima potencialidad  poética, como puede evidenciarse en la Vitrina Revolucionaria (aérea, transparente, casi “élfica”) o en el potente resultado de la ambientación del Local del CDR.